Esta
fiesta, como la de la Asunción, tiene su origen en Jerusalén. Comenzó en el
siglo V como la fiesta de la basílica «Sanctae Mariae ubi nata est», emplazada
en el supuesto lugar donde nació María, actualmente la basílica de Santa Ana.
La iglesia original se construyó sobre un lugar al lado de la piscina probática
donde una tradición bizantina afirmaba estaba la casa donde nació la Virgen. La
fiesta de la consagración de esta iglesia fue el 8 de septiembre.
Tal y como relatan los
evangelios apócrifos, San Joaquín
tenía diferentes rebaños. Se dedicaba
a venderlas, las repartía; otras
eran ofrecidas en el templo y se
lavaban en la piscina probática. Por
ello relacionaban la casa
cercana a la piscina con la que
hubiera sido la casa
de la Virgen.
En el siglo
V se
entendía que esta
fiesta abría el año litúrgico bizantino. En el siglo VII, la fiesta se
celebraba en Roma como la fiesta del nacimiento de la Bienaventurada Virgen
María y celebrada desde el papado de Sergio I. En el 722 el papa Gregorio II
instituyó la vigilia de la Natividad de nuestra Señora. En 1243 Inocencio IV
instituyó la octava.
En
Italia se celebra con la imagen de la
Virgen bambina, que envuelta en diferentes
telas, mostrando únicamente su
rostro; intenta recordar el
nacimiento de María. Esto desde el siglo
XVIII y coronada por el cardenal
Ferrari en el siglo XX.
En México
se celebra la fiesta por una monjita llamada Sor Magdalena,
quién consideraba porque no se
meditaba y contemplaba con más
énfasis el hecho de la nacimiento
de la Madre de Dios. Y desde siglo XIX se
inició con ciertos actos devocionales,
para fortalecer la
relación de los hijos
con su madre.