El primero de marzo de 1816, le pasó esto:
“...luego vi a San Miguel,
entendiendo con toda claridad y firmeza que con un dardo de oro tocando con la
punta de él, el costado de Jesucristo, tomó sangre y agua de esta fuente de
amor, y tornándose hacia mi corazón, le hirió con él, causándome insoportable
dolor y pena, junto a inefable gozo, dejándome toda abrasada en el amor de
Dios.”