Así relata la Madre como se imprimieron las llagas de Cristo en su cuerpo, un 1 de marzo de 1816:
“De
sus manos, y pies vi salir rayos de inefable luz, que viniendo hacia mi,
traspasaron mis pies, y mis manos con intenso dolor, pero con suavidad y gozo
en el alma, reverencia, y temor...”