Madre
Encarnación en 1886, ya estaba muy
agotada. Su alma era un brote
de esperanza y fe, pero su cuerpo ya le
pedía descansar. En ese
cuarto bendito donde reposaba, la
Madre pidió
que en su cabecera
estuviera el cuadrito de la Inmaculada, Nuestra
Señora en Lourdes, a quién tanta devoción profesaba.
Durante esa
jornada también pidió rezar los
18 días a la Inmaculada, que ella misma compuso con meditaciones y
oraciones incluidas. Pero como estaba ya muy cansada solo
pudo rezar la mitad. Incluso
quería llamar a
una de las hermanas
que era la que le
ayudaba en su enfermedad, pero después
dispuso que mejor no.
Entonces se
entregó a la voluntad de Dios, y se preparó a morir por medio de la extrema
unción.
La noche
del 23 la pasó en coloquios y
actos de
amor en tono de súplica
para que todas
sus hijas murieran en un acto de
amor a la Inmaculada Virgen.
El 24 a
las 5, sufrió un ataque, pensaron que
era algo pasajero, y le
intentaron dar los remedios
que la última vez
les había funcionado, pero pronto se dieron
cuenta que ya
había partido a la casa
del Padre. Madre Encarnación tenía 64 años.
Su cuerpo fue
enterrado con todo
el cariño que se le
profesaba a tan
tierna madre.
Años después encontraron su
cuerpo incorrupto. Hoy se le
puede venerar de
esa misma manera, como si durmiera.
Fue beatificada
por el Papa San Juan Pablo II y
es llamada la “Santa Margarita de América”
por sus confidencias
con el Corazón de Jesús, a quién vio varias
veces.