La madre Teresa Aycinena, fue una
monja carmelita descalza
del Convento de San José y Santa
Teresa de Jesús de la Ciudad
de Guatemala. Nació el 15
de abril de 1784 y murió
el 29 de noviembre de
1841.
Su vida
es una asombrosa
entrega a Jesús crucificado.
Pues así como Cristo no dijo una
sola palabra, también
la Madre estuvo
seriamente acusada de
muchas cosas, y de todas
salió vencedora, no por
sus méritos sino
por los de Cristo. Ya
en otra publicación hemos mostrado la
similitud de relatos
y diferencias con los
de la Beata Ana Catalina
Emmerich, que también ha
sido objeto de serios cuestionamientos por
culpa de personas que han
utilizado los documentos y los
han tergiversado.
A
continuación exponemos una de
esas acusaciones hechas a la Madre
durante sus últimos
años de vida, recogidas por el
Padre Ildefonso Albores:
“Cuán grande
y cuán agudo
sería el dolor
de María Teresa,
al verse al
fin completamente huérfana y
desamparada, privada sucesivamente de
todos los directores de su
espíritu.
La misma
noche del 11 de julio de 1829, en que se prendió violentamente en el Palacio
Arzobispal, al Ilustrísimo Prelado, no faltó quien se apropiara de varios
papeles y documentos referentes a María Teresa, que Su Ilustrísima tenía en los
cajones de su escritorio, y de los que se valieron para hacer las publicaciones
y comentarios más ruines y calumniosos.
El año pasó
circulándose en lo privado tan feliz hallazgo, dando margen a críticas y a burlas
más o menos repugnantes. El 16 de julio
de 1830, apareció impreso un “Boletín extraordinario”, sin firma de escritor
alguno responsable, publicando un Breve y unas Instrucciones dirigidas por su
Santidad Pío VII al Ilustrísimo Señor Casaus, sobre las cosas admirables de
María Teresa. Ello sirvió,
permitiéndolo la providencia, para acrisolar más y más las virtudes de María
Teresa. Era la hora y el momento preciso
en que las pasiones exaltadas, pedían la crucifixión de la pobre carmelita. Por
todas partes se procuraba propagar el descrédito de la monja Carmelita, no bastaba
llamarla embustera, ilusa, embaucadora, revoltosa, se quería arrojarla del Convento.
La mayor
parte de las religiosas quedaron enfermas por los sustos y penalidades que
habían pasado, pero restablecidas bien pronto en la salud, y animadas por la
dulce y conmovedora palabra de María Teresa y más que todo por sus ejemplos de
virtud admirable, volvieron la
tranquilidad, a la
paz, y a
la más cumplida
y perfecta observancia en que
tanto se distinguió aquella venerable y
trabajada Comunidad Carmelitana. María
Teresa se redujo al retiro y a la soledad más austera, preparándose de día en
día para la muerte.”
Cuando vivía
sujeta a críticas
y burlas pero luego cuando muere,
todos la llaman santa. Esto
sucede por el desconocimiento serio
que se tiene
de la persona a la que se está
juzgando. Pues si su
familia era tan rica,
bien pudo haber hecho lo posible
por revertir esas
notas. Más la Providencia,
muestra que las
virtudes son más visibles
cuando están en estos puntos críticos.
Y no pidiendo ella un trato
superior, en silencio se fue
a una celda, en
austeridad, para prepararse
al encuentro con Dios.
Sigue
el relato:
“María
Teresa serena y tranquila resolvió reducirse a la soledad más austera; y ni una
carta, ni una expresión suya, ni una excusa ni defensa de ningún género, nada, absolutamente
nada volvió a referirse de la insigne carmelita. Parecía que hubiera muerto. Once años pasó
María Teresa, después de los grandes trabajos del borrascoso año de 1830 como pérdida
en el silencio de aquella soledad, para ella tan grata y venturosa y que al fin
vio nublarse por un instante, para pasar a la vida del eterno y suspirado descanso.
María Teresa tenía poco más de cincuenta y siete años de edad. Su cuerpo gastado por los trabajos, los ayunos
y la austeridad como por las frecuentes enfermedades, estaba bastante decaído,
pero no cedía un punto de firmeza ni rebajaba en nada la observancia, ni fueron
parte para impedírselo, los sufrimientos físicos o morales.
El 20 de
noviembre de 1841 se vio tan mala, que pidió le llamasen a su director, que lo
era entonces el Señor Presbítero Doctor Don Manuel María Zezeña, y cuando éste dio aviso
de la gravedad
a las religiosas,
prorrumpieron éstas en
lágrimas, comprendiendo que pronto perderían a su Hermana y Madre muy
querida. Ella las consolaba dulcemente.
Las hermanas se turnaban gustosas en la asistencia; y momentos había en que alrededor
de aquella enferma se encontraba reunida como por un impulso secreto toda la
Comunidad. Durante varios días ella
sufrió mucho, pero no dejaba escapar ni una sola queja, ni un llanto, ni la más
ligera impaciencia. El noveno día de la
gravedad no pudo resistir más, dos noches y dos días consecutivos el director
acompañado de toda la Comunidad, la estuvo asistiendo con todo esmero. A las cuatro y media de la mañana del día 29
de noviembre de 1841, sus ojos que por tantos años habían estado cerrados a las
vanidades del mundo y a las pequeñeces y miseria de esta vida, se cerraron
dulcemente por la muerte, y su alma, su benditísima alma, dejó la tierra para siempre.
El cadáver
de María Teresa permaneció dos días y una noche en el Coro Bajo. El Cabildo y Coro de la Santa Iglesia
Catedral presididos por el Ilustrísimo Señor Doctor Don Antonio Larrazabal
Obispo electo de Guatemala, hizo las honras y oficio fúnebre, al día siguiente
del fallecimiento, siendo numerosísimo el concurso, a pesar del corto número de
invitados. El sentimiento popular se hizo notable en aquella ocasión. Fue preciso poner guardias que hiciesen respetar
el templo y guardar el orden. María
Teresa era invocada por todos, y su nombre bien amado se repetía en todos los
círculos, por las plazas, y las calles, y por los lugares más recónditos de la
Capital.
Pasaba de
boca en boca la triste nueva de la muerte de la carmelita de vida admirable y
portentosa; parecía flotar por el aire y ser llevada por el reconocimiento
entusiasta de todo un pueblo, que la había visto marchar en sus años de joven,
anhelante por el recogimiento santo, al Convento de Carmelitas, que a la hora
precisa de sus votos solemnes, la había acompañado al pie delos altares
admirando su gallardía y su valor, que había sentido aunque de lejos, el atractivo
de sus virtudes y de los favores que el Cielo le había dispensado; que había llorado
sus trabajos y quebrantos y que en aquellos días la veía sin vida, muerta a la tierra,
para vivir tranquila en las dulces mansiones de la eternidad. Y entre aquellas
religiosas de vida tan austera como edificante, el vivo recuerdo de María
Teresa, bastaba para animarlas en la práctica de la observancia más cumplida.
Los recuerdos de María Teresa, alentaban la
observancia al grado que ella la había establecido, no solo en sus novicias,
sino en las religiosas más antiguas, que la Comunidad de Carmelitas Descalzas
de San José de Guatemala floreció de tal modo, que los Prelados diocesanos
mucho tiempo después, en las visitas canónicas del Convento de
Carmelitas, quedaban sorprendidos y
admirados de encontrar
una Comunidad tan bien regulada y observante. Y cuántos puntos había propuesto María Teresa
en su reforma o nueva fundación, al fin fueron aprobadas por el Soberano Pontífice
el Señor Gregorio XIV.”