Fragmento II carta San Ignacio de Antioquía mártir, a los efesios



Que nadie, pues, os engañe, como por otra parte, no os dejéis engańar, siendo enteramente de Dios. Cuando sobre vosotros no se abata ninguna querella que pudiera atormentaros, entonces quiere decir que verdaderamente vosotros vivís según Dios. Yo soy vuestra víctima expiatoria, y por vuestra Iglesia yo me ofrezco en sacrificio, efesios, Iglesia que es renombrada por los siglos.

 Los carnales no pueden hacer las obras espirituales, ni los espirituales las obras carnales, como tampoco la fe puede hacer las obras de la infidelidad, ni la infidelidad las de la fe. Pero aquellas mismas obras que vosotros hacéis en la carne son espirituales, pues es en Jesucristo que vosotros lo hacéis todo.

 Yo he sabido que algunos venidos de allá han pasado por vosotros, portadores de una mala doctrina, pero no les habéis permitido sembrarla entre vosotros, tapasteis vuestros oídos para no recibir lo que ellos siembran, ya que vosotros sois piedras del templo del Padre, preparados para la construcción de Dios Padre, elevados hasta lo alto por la palanca de Jesucristo, que es la cruz, sirviendo como soga el Espíritu Santo; vuestra fe os tira hacia lo alto, y la caridad es el camino que os eleva hacia Dios. 

 Entonces todos vosotros sois también compańeros de ruta, portadores de Dios y portadores del templo, portadores de Cristo, portadores de santidad, adornados en todo de los preceptos de Jesucristo. Por mi parte, con vosotros me alegro porque he sido juzgado digno de mantenerme con vosotros mediante esta carta y de regocijarme con vosotros que vivís una vida nueva, no amando nada más que a Dios.

 "Orad sin cesar" por los otros hombres, porque hay en ellos esperanza de arrepentirse, para que lleguen a Dios. Permitidles, pues, al menos por vuestras obras, ser vuestros discípulos. 

Frente a sus iras, vosotros sed mansos; a sus jactancias, vosotros sed humildes; a sus blasfemias, vosotros mostrad vuestras oraciones; a sus errores, vosotros sed "firmes en la fe"; a su fiereza, vosotros sed apacibles, sin buscar imitarlos. 

 Sed hermanos suyos por la bondad y buscad ser imitadores del Seńor: --¿quién ha sido objeto de mayor injusticia? ¿quién más despojado? ¿quién más rechazado?-- para que ninguna hierba del diablo se encuentre entre vosotros, sino que en toda pureza y templanza, vosotros permanezcáis en Jesucristo, en la carne y el espíritu.

 Estos son los últimos tiempos; en adelante avergoncémonos y temamos que la longanimidad de Dios no se torne en nuestra condenación. O bien temamos la "ira venidera" o bien amemos la gracia presente: o lo uno o lo otro. Solamente si somos encontrados en Cristo Jesús entraremos en la vida verdadera. 

 Fuera de Él que nada tenga valor para vosotros, sino Aquél por quien yo llevo mis cadenas, perlas espirituales; quisiera resucitar con ellas, gracias a vuestra oración, de la que quisiera ser siempre partícipe para ser hallado en la herencia de los cristianos de Éfeso, que han estado siempre unidos a los apóstoles, por la fuerza de Jesucristo.

 Yo sé quién soy y a quién escribo: yo soy un condenado; vosotros, habéis obtenido misericordia; yo estoy en el peligro; vosotros estáis seguros. Vosotros sois el camino por donde pasan aquellos que son conducidos a la muerte para encontrar a Dios, iniciados en los misterios con Pablo, el santo, quien ha recibido el martirio y es digno de ser llamado bienaventurado. Pueda yo ser encontrado sobre sus huellas cuando alcance a Dios; en todas sus cartas os recuerda en Jesucristo.

 Poned, pues, empeño en reuniros más frecuentemente para rendir a Dios acciones de gracia y alabanza. Porque cuando vosotros os reunís a menudo, las potestades de Satanás son abatidas y su obra de ruina destruida por la concordia de vuestra fe. 

 Nada es mejor que la paz, por la que se lleva a término toda guerra, tanto celeste como terrestre.

 Nada de todo eso os está oculto, si vosotros, por Jesucristo, tenéis a la perfección la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: "el principio es la fe, y el fin la caridad". Las dos reunidas, son Dios, y todo lo demás que conduce a la santidad no hace más que seguirlas. 

Nadie, si profesa la fe, peca; nadie, si posee la caridad, aborrece. "Se conoce el árbol por sus frutos": así aquellos que hacen profesión de ser de Cristo se reconocerán por sus obras. Porque ahora la obra demandada no es la mera profesión de fe, sino el mantenernos hasta el fin en la fuerza de la fe.

 Más vale callar y ser que hablar y no ser. Está bien enseñar, si aquél que habla hace. No hay, pues, más que un solo maestro, aquél que "ha hablado y todo ha sido hecho"y las cosas que ha hecho en el silencio son dignas de su Padre. 

 Aquél que posee en verdad la palabra de Jesús puede entender también su silencio, a fin de ser perfecto, a fin de obrar por su palabra y hacerse conocido por su silencio. Nada es oculto al Seńor, sino que hasta nuestros mismos secretos están cerca de Él. 

 Hagamos, pues, todo como aquellos en quienes Él habita, a fin de que seamos sus templos, y que Él sea en nosotros nuestro Dios, como en efecto lo es, y se manifestará ante nuestro rostro si lo amamos justamente.