Fragmento de la homilia de San Juan Pablo II

 Estamos reunidos para proclamar el alegre mensaje de la esperanza cristiana porque —como hemos escuchado en la liturgia— celebramos hoy "con alegría el nacimiento de María, la Virgen: de Ella salió el Sol de Justicia, Cristo, nuestro Dios".

Esta festividad mariana es toda ella una invitación a la alegría, precisamente porque con el nacimiento de María Santísima Dios daba al mundo como la garantía concreta de que la salvación era ya inminente: la humanidad que, desde milenios, en forma más o menos consciente, había esperado algo o alguien que la pudiese liberar del dolor, del mal, de la angustia, de la desesperación, y que dentro del Pueblo elegido había encontrado, especialmente en los Profetas, a los portavoces de la Palabra de Dios, confortante y consoladora, podía mirar finalmente, conmovida y emocionada, a María "Niña", que era el punto de convergencia y de llegada de un conjunto de promesas divinas, que resonaban misteriosamente en el corazón mismo de la historia.

Precisamente esta Niña, todavía pequeña y frágil, es la "Mujer" del primer anuncio de la redención futura, contrapuesta por Dios a la serpiente tentadora: "Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza, y tú le morderás a él el calcañal" (Gén 3, 15).
Precisamente esta Niña es la "Virgen" que "concebirá y parirá un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir 'Dios con nosotros'" (cf. Is 7, 14; Mt 1, 23). Precisomente esta Niña es la "Madre" que parirá en Belén "a aquel que señoreará en Israel" (cf. Miq 5, 1 s.).

La liturgia de hoy aplica a María recién nacida el pasaje de la Carta a los Romanos, en el que San Pablo describe el designio misericordioso de Dios en relación con los elegidos: María es predestinada por la Trinidad a una misión altísima; es llamada; es santificada; es glorificada.
Dios la ha predestinado a estar íntimamente asociada a la vida y a la obra de su Hijo unigénito. Por esto la ha santificado, de manera admirable y singular, desde el primer momento de su concepción, haciéndola "llena de gracia" (cf. Lc 1, 28); la ha hecho conforme con la imagen de su Hijo: una conformidad que, podemos decir, fue única, porque María fue la primera y la más perfecta discípulo del Hijo.

El designio de Dios en María culminó después en esa glorificación, que hizo a su cuerpo motal conforme con el cuerpo glorioso de Jesús resucitado; la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo representa como la última etapa de la trayectoria de esta Criatura, en la que el Padre celestial ha manifestado, de manera exaltante, su divina complacencia.

Por tanto, toda la Iglesia no puede menos de alegrarse hoy al celebrar la Natividad de María Santísima, que —como afirma con acentos conmovedores San Juan Damasceno— es esa "puerta virginal y divina, por la cual y a través de la cual Dios, que está por encima de todas las cosas, hizo su entrada en la tierra corporalmente... Hoy brotó un vástago del tronco de Jesé, del que nacerá al mundo una Flor sustancialmente unida a la divinidad. Hoy, en la tierra, de la naturaleza terrena, Aquel que en un tiempo separó el firmamento de las aguas y lo elevó a lo alto, ha creado un cielo, y este cielo es con mucho divinamente más espléndido que el primero" (Homilía sobre la Natividad de María: PG 96, 661 s.).

 Contemplar a María significa mirarnos en un modelo que Dios mismo nos ha dado para nuestra elevación y para nuestra santificación.

Y María hoy nos enseña, ante todo, a conservar intacta la fe en Dios, esa fe que se nos dio en el bautismo y que debe crecer y madurar continuamente en nosotros durante las diversas etapas de nuestra vida cristiana. Comentando las palabras de San Lucas (Lc 2, 19), San Ambrosio se expresa así: "Reconozcamos en todo el pudor de la Virgen Santa, que, inmaculada en el cuerpo no menos que en las palabras,  meditaba en su corazón los temas de la fe" (Expos. Evang. sec. Lucam II, 54: CCL XIV, pág. 54). También nosotros, hermanos y hermanas queridísimos, debemos meditar continuamente en nuestro corazón "los temas de la fe", es decir, debemos estar abiertos y disponibles a la Palabra de Dios, para conseguir que nuestra vida cotidiana —a nivel personal, familiar, profesional— esté siempre en perfecta sintonía y en armoniosa coherencia con el mensaje de Jesús, con la enseñanza de la Iglesia, con los ejemplos de los Santos.

María, la Virgen-Madre, proclama hoy de nuevo ante todos nosotros el valor altísimo de la maternidad, gloria y alegría de la mujer, y además el de la virginidad cristiana, profesada y acogida "por amor del Reino de los cielos" (cf. Mt 19, 12), esto es, como un testimonio en este mundo caduco, de ese mundo final en el que los que se salvan serán "como los ángeles de Dios" (cf. Mt 22, 30).

Fragmento de la homília de Monseñor Oscar Julio Vian



 Misa  de los Dolores Internos  del Sagrado Corazón de Jesús
Beaterio de Belén
25 de  agosto 2014



"Se  escribió que el Jueves Santo 9 de abril de 1857 en el Beaterio de Belén de la Ciudad de Guatemala, la Beata  Encarnación Rosal escuchó una voz que le dijo: “No celebran los dolores de mi Corazón”. Jesús Resucitado se le apareció  derramando sangre por todos los poros y mostrándole el Corazón traspasado por diez dardos crueles, signo del quebrantamiento de los diez mandamientos.

“Una noche (dice) vi aparecer ante mi vista una luz clarísima y en medio de esta apacible luz se me apareció nuestro Señor Jesucristo derramando sangre por todos sus poros, y con melifluo acento, mientras me descubría su amante Corazón traspasado por diez dardos que sobremanera le herían, me dijo: “Estos dardos me traspasan porque los hombres quebrantan los diez mandamientos de mi Santa Ley” 

“Con  sencillez y claridad de siempre y para realizar cuanto antes lo que había prometido a Jesús, fue la Madre Encarnación a referir punto por punto a su confesor y directores o guías todo lo que le estaba sucediendo. Así se respaldada empezó a pedir limosnas para organizar una función en honor de los dolores del corazón de Jesús y esto que  fuera  el inmediato 25 de agosto. 

Solicitó licencia del señor Arzobispo, que le dio primero de palabra y luego por escrito y la amplió para los días 25 de cada mes. La Madre Encarnación Rosal que tuvo siempre cierto carácter o temperamento de ejecutiva ( y esto se necesita  para los  cristianos  católicos, y sobre  todo las  cosas  de Dios) y lo que había de hacer, gustaba de hacerlo pronto, procuró en seguida hacer pintar una imagen del Sagrado Corazón con los diez dardos, tal como ella lo había visto, la mostró al Ilmo. Mons. Piñol, su confesor y la pasó al P. Muñoz que le dio el visto bueno y mandó a hacer una imagen conforme en todo a esa pintura. 

Después el señor Canónigo don Manuel Espinosa mandó fabricar una imagen aún mayor que se colocó en la capilla y que, según aparece, es la que se venera hoy en esta  rectoría  de las Beatas en la capital de Guatemala.” 



El 25 de agosto del mismo año se realizó por primera vez la celebración de los Dolores Internos del Sagrado Corazón de Jesús en el Beaterio. De esta forma cesó la epidemia de cólera que azotaba a la República de Guatemala. Esta celebración se realizó con licencia del IX Arzobispo Metropolitano y primer arzobispo nacido en Guatemala, el Ilmo. y Revdmo. Mons. Dr. Francisco de Paula García Peláez. 

El 23 de junio de 1895, por disposición del XI Arzobispo Metropolitano, el Ilmo. y Rvdmo. Mons. Lic. Ricardo Casanova y Estrada, quién se hallaba  desterrado en Costa Rica y recordemos que  estuvo 10 años desterrado. Eran los  gobiernos liberales de  ese  tiempo, cuanto han sufrido los arzobispos pasados en nuestra Guatemala. El Padre Ignacio Prado verificó la consagración de Guatemala al Corazón de Jesús en la Santa Iglesia Catedral Metropolitana de Santiago.


Hermanos  y Hermanas  nosotros  tenemos que  conocer cada  vez más  la  figura de Jesús, su vida, la persona de Jesús  y amarlo  de verdad  y para  amarlo de verdad  tenemos  que  conocerlo  conozcamos  más  y mejor  a Jesús  nuestro Señor, no nos  engañemos no desviemos  nuestra  vida   para nosotros  cristianos católicos una persona  nos  tiene que debe  guiar  y ese  es  Jesús. El es  el centro de  toda  nuestra  vida cristiana y amémosle a Jesús  en su corazón que  significa  toda  su persona  porque  Jesús  es  el amor  del Padre  dado a cada  uno de nosotros. También pidámosle  a la Beata Encarnación Rosal no solamente  ese  amor a Jesús  sino que lo  demostremos a los hermanos  y que la podamos  ver pronto en los altares . Amen."