¿Puede amarse más a la Inmaculada que a Jesús?

 


El abad Francón dice: que alabar a María es una fuente tan abundante que cuanto más se saca de ella tanto más se llena, y cuanto más se llena tanto más se difunde. Viene a decir que esta Virgen bienaventurada es tan grande y sublime, que por más alabanzas que se le hagan, muchas más le quedan por recibir. De tal manera que, al decir de san Agustín, no bastan para alabarla como se merece las lenguas de todos los hombres, aunque todos sus miembros se convirtieran en lenguas.

 

Con razón predijo la Santísima Virgen, dice san Ildefonso, que todas las generaciones la llamarían bienaventurada (Lc 1, 48), pues todos los elegidos obtienen la beatitud eterna por medio de María. Tú, oh Madre sublime, eres el principio, el medio y el fin de nuestra felicidad, dice san Metodio: Principio, porque María nos obtiene el perdón de los pecados; medio, porque nos obtiene la perseverancia en la gracia de Dios; y fin, porque ella finalmente, nos obtiene el paraíso. Por ti, sigue diciendo san Bernardo, se han abierto los cielos y se han vaciado los infiernos; por ti se ha restaurado el paraíso; por ti, en fin, se les ha dado la vida eterna a tantos que habían merecido la muerte eterna.

San Maximiliano María Kolbe por ello nos dice, no teman amar a la Inmaculada, pues nunca podrán amarla tanto, como la amo Jesús.

Así entendemos que la amamos a Ella, porque Jesucristo nos la ha dejado como Madre.

Y al amarla, queremos apreciar a Jesús por este regalo, pero también por la Madre tan buena que nos ha  adoptado como hijos suyos.